La discusión en el mundo no es, hoy, acerca de volver o no volver; sino de cómo, cuándo y en qué condiciones volver, o dar un siguiente paso en la cultura laboral empresarial que ayude a reconectar esos rasgos de cultura que, en muchos casos, se han perdido y hay que reconstituir.
Los dos primeros eslabones para trabajar son la seguridad y la confianza.
La seguridad encierra todo lo relativo a protocolos y el mayor cuidado de las personas en todo momento; ya sea cuando están trabajando desde sus hogares, en tránsito hacia la empresa o dentro de ella. Son los especialistas en seguridad e higiene y los gobiernos quienes necesitan establecer las normativas que encuadren los procedimientos para poder garantizarla.
En cambio, la confianza requiere de otros componentes, ya que es algo que se construye en base al historial personal de la relación entre cada persona y la organización a la que pertenece. Se da cuando una serie de contratos formales y tácitos se cumplen y se demuestran constantemente durante períodos prolongados: ninguno de nosotros confiamos de inmediato, nos lleva tiempo; es una construcción progresiva.
Además, la confianza adquiere dimensiones distintas para cada persona, y se basa en hechos concretos con la empresa, y, además, con los colegas y, sobre todo, con el reporte directo, jefes o líderes, que necesitan fortalecer los vínculos mucho más. Y, claro está, consigo (la auto confianza, la habilidad de confiar en tus destrezas y habilidades).
Ya se sabe que la confianza demora muchos años en construirse, y se puede destruir en un segundo, al igual que la reputación.
Imagina que estás en un circo y presentan el número de los trapecistas. Hay un atleta que se arroja, y otra persona, el catcher, el que atrapa. Necesitan confiar plenamente, con precisión quirúrgica.
Lo mismo sucede en las empresas: sin marcos de confianza bien aceitados y compromiso de ambas partes, es difícil pensar en una vuelta a la oficina.
Hay varios informes internacionales donde trabajadores afirman que en ciertos casos se están sintiendo obligados a sacrificar la seguridad personal en el contexto del COVID-19, con tal de no perder el empleo. Esto tiene consecuencias en la salud, como agotamiento, ansiedad, estrés sostenido que puede derivar en burnout; y, a la vez, rispideces familiares y laborales. Un desequilibrio generalizado de la salud mental, acaso el tema menos abordado por los gobiernos en términos de soluciones y paliativos.
Desde lo formal, hay varios escenarios que se manejan, por ejemplo, pasar al formato de teletrabajo permanente, hasta lo híbrido de algunos días presenciales y otros a distancia; o bien, reunir pequeños equipos por zonas de proximidad de sus domicilios; o descentralizar las operaciones por completo siempre que la actividad lo permita.
Algunos países ya han sancionado leyes sobre teletrabajo, primeros esbozos de una tendencia que parece afirmarse con el correr de los meses, y que, seguramente, deberá ser revisada periódicamente para adecuarse a la innovación tecnológica y operativa.